jueves, 12 de julio de 2012

Triste prójimo distraído




 
Encerrado en la calle me hallé distinto en una mesa,
parado sobre el sueño imposible de completar;
y mientras aquellas personas barajaban el polvo de sus sombras,
tan creyentes de nombrar ideas, llegaba un pánico
a mi copa lista, pero frágil y sedienta de razón.
En mi bahía ya se arrima el líquido
que toma la palabra, borrando las verdades con su toga disuelta
y yo escucho los restos atravesar, con puntillas de salivas ofensivas
y empujo el barco a la soñada flora, que espero ver pasar
tapado de mi sábana inconsútil, matrimonial.
Y reo de estos cielos nada despejados
mi temblor es íntimo, y comparto mi palacio antiguo
vagando entre penas de pocos y nada me asusta,
aunque me preocupe aislarme de interés
porque a nadie le interese mi asombro,
ni siquiera a estos pobladores sin diálogos,
que tililan en su propia algarabía de mirada turbia
y en asuntos sin importancia, de este fin actualizado;
(anécdotas de gatos burlones, perros con zapatos,
 tatoos medievales adaptados y moderadores que ladran
 nuestro disfrazado idioma)
Y yo, forastero, hijo de la distancia y los predios del mar,
provinciano y a remolque en la hondura despiadada,
un desadaptado a la conducta feroz de última hora
y presente del milagro, de estar vivo después de la crecida
sobre el sueño y el propósito; tristemente distante,
alejado y sin culpa de no despreciar mi límpida piel
o este fiel y bullicioso silencio conservado,
latiendo en el pulso de una ciudad sedada.




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