jueves, 12 de julio de 2012

Sueños sin capital


"A cada uno su propia vida va cercando.
Cada hecho engendrando a un semejante,
cada causa, un efecto, y esas celestes
máquinas, gobernadas desde adentro,
prosiguen..."
           Fina García Marruz (1923)

A mi padre, con el inolvidable recuerdo de una larga aventura en guagua
y la única y especial sombra de una tiranía...


Me gustaría haberte visto a tono con los Beatles
tercos y gloriosos, cuando la cruz era espada
en tus sesentas afichados de pasión.
Nada era cierto alrededor, simplemente un hecho coronado
y el eco, el umbral, el horizonte revolvían su casta
en el mapa verde abierto.
Sólo había culpa y rencor, alguna malgastada queja
y grande aquella esfera de ilusión…
serían tus comienzos conmigo y la herencia no era el paraíso.
Pudieras haber sido más
y tener sin yerra una salida
y lograr mucho, eso ya lo dije…
No se trataba de cruzar Abbey Road 
en tu tormento o en tu fervor,
me hubiera bastado desairaras los humos 
de siempre en su nave de sentencia…
¿De dónde brotan las trayectorias?
Me hubiera gustado crepitar con olas fieras;
de las que se aprende a ser fruta adherida en la marea
y ahora ya no puedo definir este río 
sin forma en su deriva y ese fosco cristal, 
que nos mira atentamente, puesto que ya no caben
las marcas en los ojos del sol.
Hubiera preferido nunca preguntar ni incomodarte,
pero quería ver mi sangre emancipada 
en los setenta y el sudor dolía en mi senda estudiantil,
en la frente azorada del esparto rígido.
La vida nos dejó de acariciar, cuando simplemente
yo quería caminar contigo bajo un aguacero
que lloraba sin parar y llenar el catauro de alegrías,
dentro del rojo y sus acentos turbios,
espías de mis sueños sin notoriedad.
Pero viste pasar el lazo herido 
con trifolias arruinadas de la fronda contenida
en sus contornos huesos.
Y también perdió su faz la complicidad
sin atreverse al rato de crecer conmigo;
Nuestras caras nunca reposaron su paño seco,
y la trinchante visión no encontró
jamás umbral eterno en aquellos sueños
tímidos sin capital; justo entonces, los Beatles
no sonaban a escondidas y era el timbre 
invariable de otros tantos, el  primer abismo
frente a los ochenta del innombrable advenimiento.
Se posó nuestro horizonte, donde no había
aún ningún lugar para escoger un ritmo
y acrisolarse en la fluida madurez de mi futuro;
aquella corriente natural de mi grito unánime,
hasta el hoy tan saturado de final.






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