a mi par de rocas alígeras
no sé si es el agua; astuta humedad traviesa
rompiendo la semilla del poema a ras del suelo.
Ha debido ser una caída atragantada
en el techo pulcro que aún no me alcanza,
el techo con sus cargadas lonjas blancas.
¿O sólo necesitan ellos comprobarse?
Su oftálmico ademán de exprimirme
la llama que no existe en mi cordura.
No es el momento –pienso- de borrar con agua clara
el estirado jardín de mis fantasmusas
y nublar su inalienable masa de memoria.
A ese standing de muerte nada de translucidez
ni le cedo el agua que dispongo aquí en mi tuero;
porque a su arruinada bocanada no le sirve
la herramienta árida de mi incauto silencio.
Todo lo que necesitan mis haces incorporados
es la cintura batida que subsiste a la paciencia.
Todo lo que puedo disparar son versos tenues
en su altar, como un aguacero inválido
que le enredo el hábito de fruta lista.
La curvada soledad crea joyas aladas
que elevan sus timbres, rajan el aire
amasando el nervudo soplo furibundo