miércoles, 18 de julio de 2012

Espiritual delirio de poeta




                                 Darío Morales

Lejano ando, pero mi amor no escondo
la fuente de mi pluma está encendida, grave y sonriente
aunque mis ojos...ahora mis ojos te buscan espesos y adheridos.
Mis ansias disimular no pueden, su destello ardiente impide camuflarlo
ya no hay fantasmas que salgan erizados al filo de su trote
ni en las noches más cerradas donde tengo siempre mis dos lunas plateadas.
Ahora leo un desnudo inclinado alevoso, también pienso tu boca anticipada
no es contagiosa esta pasión, ojalá orientara como un trino
la aurora a esas tantas soledades...
pero las caricias son semillas que prenden en la oscuridad
esparciendo calma natural.
Los besos trasladan mi sombra otrora de melancolía
ahora productos de este imán, que me llena de una luz austera
acunado en música de simún, frescura de tus rasgos
¡ah, mira esos claros...!
Para resbalar hacia el fondo más exacto que graba mis latidos
y correr con labios ramificados misteriosamente
en la embriaguez del penúltimo aire torturado.
Miro y miro cercado de belleza y el tono cambia de mi respiración
tu veta negra, arbusto raso en mi laurel, peinada geometría
lo confirma de racial blancura.
Nuestros gérmenes comprenden los nervios en todo su esplendor
y reluce mi signo...mío es, el silencio sin huir nunca
de esta hoguera disgregada en tus colinas redondeadas.
Recuerdo que tuve varias extensiones, las dudas hablaban lo callado
dialogaba poco uno menor, incontenible, con furia tan precipitada...
no podía vivir en torbellinos y pensé en el juego sin huellas
en las seducciones pensé...
pero las camas adorantes contemplaban las espaldas prometidas
y no tardaron las deidades, con armas de intenso sol moviendo noches.
Hasta ser este loco que supo amar toda esa región tocable en la memoria
un espacio que lleva el alma feérica  en una simple perla femenina.
Te observo flotar, espío esa piel fortalecida
las frutas arrimadas me deleitan, sólidas de gusto
bajo la nívea inmensidad, en que sin demora brota el rojo posesivo
el corazón de un broche lánguido y abierto, la maravilla de tus convulsiones
conozco como hiendes mis ganas sacudiendo los aromas más acurrucados.
El árbol orgulloso suelta su lirismo de carne todo iluminado y sin pereza
que tiente esta dureza mineral de un solo molde
espiritual vena hacia adentro disfrutando el rito armónico del mismo clavecín.




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