Ribetes del amanecer

                                 Julio Herrera Zapata

Le pondré madurez a este silencio

sin dejar que trague los insípidos tentáculos de la noche.

¡Cómo cuesta ser dueño de una rígida habitación

sin pezones que miran fijamente salvadores!

Los estereotipos hablan, tiempo obscuro de lazo sombra;

derrotada ilusión de estraperlo feliz

ofreciendo este solemne dardo desvarío.

Le pondré mi otro perfil

(tengo dos rayos para recibir el acopio de cornadas)

y un risueño puñetazo vivirá en los placeres

con la carne puesta sin apenas corregirse,

la misma carne, que luce pliegues más rosados

cuando la mañana es abra gualda con respuestas.

Casi digo: el día no será un punto fijo porque están

esas lejanas voces, ensogadas como un barco frustrado,

ya que el viento se adelanta a brisar escondiendo el puño….

Sí, casi lo suelto, sin embargo anda el mismo flujo

donde tienden todos a lo mismo, espantando el sello

que puso crisis en labios muriéndose inhibidos.

Ahora… recordar, digo, verse desfogado es curativo

y conservas el dique apuesto del fardo lagrimal.

A nadie se podría encomendar la tallada calma

de estas aguas incesantes….

-oigo voces-, porque en verdad sigo al consejo:

Tiempo al tiempo, dice el abuelo y aún le veo

las canas en el pecho, la camisa puerta

siempre partida de aguardiente semblante manifiesto,

y un cuchillo que ansía cortar a rajaidea

la conformidad, como expandido temperamento.

Cómo olvidarlo si vuelvo ahora, caigo, inhalo carestías

-volátil tiempo-, (se obsesiona con mi vida)

que borra hasta mis nombres en la arena.

Las rocas le aplauden, pero mis vértebras no le necesitan.

El albor nunca sabrá que siento jaulas,

que me vuelvo atrás con soleadas ovaciones blancas.

La boca que me da de pensar besa mi vacío acogedor

que es distancia, bares, fútbol, calles conocidas, secretos

y corros en plazas sin ocultar sus ambiguas apariencias.

Crisis al cabo de nada, torrente nihilista, exacerbación;

 que soy el dueño y la rodeo desde el cero de mi abrojo,

ato al toro por el rabo sobre una arena gris sin abstracción;

y a ratos, el sol con cuernos, desnaturalizado, a tiempo parcial

herido de ansiedad, desea sonreírle al encallado balcón

que espera el único fruto endémico de bocacalle amanecer

adueñándose de mí, de los tres esperantes obligados a irradiar.