sábado, 7 de julio de 2012

Enigma de la lluvia


A una hermana muy especial, a nuestra distancia...

No quiero más paño
para acompañarla,
apenas ha sentido
estos anaqueles de memoria
y un regalo debo hacerle,
para dar comienzo al borrador
de esto que pesa en sus párpados
que no es jamás absorber
todo el vientre del olvido
y mantengo en línea
nuestros rostros
que el amor colgó a su esperanza
dándole alforjas de amistad.
No quiero verla
en la paloma aturdida
cual hoja sin contacto
tachada del árbol vacío
tocando el tiempo,
el inexacto resplandor.
Es igual todo
en la rueda virtual
sin nuestras vivas criaturas
y la corriente íntima
de lejanía suficiente;
pero ya dimos un paso
y los corazones se sienten
desatados y movientes
indicando voluntades de pie.
De manera que en este instante
cuando el agua impele
el mismo rumor,
como un timbal fogoso
en el rojizo hervido de una tarde,
todo queda en una piel empobrecida
ganando en color
y en manos dolientes
que arrecian su alma,
un camino crudo obsedido
perdiendo la crecida alígera
y luna labradora
de sueños motivados.
Yo me dedico
a estar próximo a la gravedad
dibujando una esperanza empedernida
y ya en mi boca la danza se distrae
soplándole una nube solemne
plena de abstracción
como de agua toda.
Y desde mi anillo me voy raudo
a engañar al olvido caricioso
gravando la inocencia
de prendas rameadas
consolando a aquél, herido espejo
que asaltó la hondura de otro mundo...
pero, de nada ha servido
el aparente avance
de alzar los delirios achacosos,
-te aconsejo, hermana-
dejarlos a la evaporación tenaz
que tiende velos como cataratas,
al arrojo del placer y su avalancha.
El sol siempre desliza finísimas pestañas
posadas como colibríes
y espanta sus fuerzas en el polvo,
para ser devorados por esta clave
de nubes excitadas.
Ella, aquella inevitable comparación,
huía bajo el agua
dejando sus contornos
arruinados y fangosos
y me nació el frío,
mis gestos decayeron
en los charcos
de ese lado turbio que cubre
los reflejos más precisos
y hoy me circundan aguaceros
e intento un haz de luz
un arcoíris como hilo conector,
pero es mi ráfaga de hechizo
por haber sonado un beso
encerrado en la verdad más bandolera
y tiembla el pecho;
el nervio es luto sin tregua
un recio secreto, un barniz
que empieza a levantarse
cuando ella se desmonta
de mi hora y muere allá,
justo cuando el cielo
en su totalidad había caído
planeando su ida.
Por eso crece el tiempo que es bigote
y desaire de mi puerta,
escasez formada en mi cabeza inconsolable,
lejanía o poema venturoso
de un charco en su mirada,
cuando en otra toma de plata
mi amiga ya casi no se concibe
en la dicha dendrita de la noche,
evaporándose hasta el fondo
en soledad de córnea
que me invita a cercanía,
hasta que no me quede ya más
la ocular mancha de la lluvia.




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