domingo, 8 de julio de 2012

Ahora mismo no quiero hablar de amor


                                        Chicos en la playa. Sorolla

 Extendido los modelos
la informática sonrisa
es un pantalón a media nalga,
de tunantes peregrinos del vulgo botellón,
o sativos tatoos de una Disco.
Los míos campan en sus habitaciones
de la disensión
sin entrar a los brazales enviscados
de un programa infame.
Nunca el rosa
equivale a la cortedad de una ciudad
y aquí se adhiere al epítome más gris
en todos lados, al ritmo más fetén
de nuestras encendidas muestras
que parezca un todo escéptico.
Mi cuerpo vive igual
vadeando  estos segmentos
como un cuadro devorado
por el comején siempre en sus marcos,
un intento de invadir
la túrdiga del alma.
Se está construyendo el tiempo
en ramojos congéneres
sin ninguna casación
y los aislados corazones sosegados
muestran en sus rojizas barrigas
una órbita limpia de su otra vuelta
y el mundo insiste en otro anuncio;
los vampiros continúan por el cine
y las metrallas alumbran otras noches,
sin conciencia en los jardines depuestos.
Los horizontes marchitos
y la cultura
exprimen su última naranja;
pero el dinero manda:
en los temas subliminales avivados
de su jugo con ínfulas de mástil
y hay rostros como intensos aladroques
que los niños miran asustados
en su pesca desigual en derredor.
Porque dentro del déficit
hay hombres crueles
ofreciendo golosinas,
más que forjarles el aplomo
en sus tristes pitanzas
para inducirles el futuro.




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