Al negro Peteko; uno de aquellos descontentos. Noble, entrañable amigo, buen vecino, mediador, festivo y padre del amor que me ha seguido durante 20 años...
Conocí a los flowers children del Vedado*, me crucé en su nimbo como albores, como apremio de risas, como pétalos caídos. Muy joven era para afiliarme a su rango depravado y jubiloso, pero el Holokú y el Cheresada iluminaron mi injerencia; y el Turf de calzada o el Maxim de cierta Habana tendenciosa, en sus rezagos de clubes por barrios eminentes, amansaron mi bravura indócil. Todos por igual en los 80 a desaguar me obligaban incontables asperezas. Pero encontraba siempre un hp duplicando sin parar las consignas, que el destino endilgaba en duras marchas, desplegando resistencia con la voz de mis zapatos. Había terminado en el sitio equivocado aunque nunca se notaba el ala ancha en mi puño listo y anhelante.
El negro Peteko se codeaba en la Rampa con la crema disidencia musical; volaban heridos y orlaban las prendas del dolor. Contó las hazañas de escuchar lo prohibido brillando en la bruma proscrita y me fogueé con rock de rapada cabellera. Erigimos una moda de botas rusas y camuflado wrangler moscovita; y expugnamos aquellos costeros círculos sociales mutilados para el pueblo, donde los rayos caudalosos descendían como piedras. Fue una época de aversión, y el canto de semilla temía crecer con ciertos daños en sus tallos carillones. Por eso los embarazos nunca treparon el árbol que sonaba a medias; a medida que mi vida se militarizaba sufragando un sonido vulgar, desprendido ante la maroma compañera.
Así vinieron los 90 con mi decepción de segunda en horas de primera; y un hp encarnado en mi mente poliedra como una grosera campana sin cesar, sin pensar las consecuencias del desgaste. Los amigos rojos se acercaron, los de verde se cansaron, los del turquesa naufragaron predicando el blanco limpio del azul y no me amilanaba, aunque mi uniforme me apretara la conciencia con vísceras de la naturaleza. Hasta que lo perdí, perdí esa carrera, perdí la edad del aire y los recursos incontables de las armas, pero unos protervos mandamás me lo recordaron siempre desde el infundio de sus globos, desde las voces con álabes horarios.
Hubo amores, eso sí…reales amores con ventanas, amores posesos, amores ventrílocuos, amores agónicos de costumbre y no me detuve por mi amor sangrado. Al parecer, había cada vez un hp nuevo de paisano a la hora exacta de mi amor costumbre…¡Cuánta tristeza enarbolada, cuántos recursos ensillados para el mal…!. De modo que llegué a donde la sumatoria de mi amor era anacrónica: locomotoras canadienses tirando millones de arrobas de argucia socialista. El cañaveral de mis púberes entrañas se convirtió en una mierda verde y viva, que terminaba blanqueada por un ingenio, tumbadas en un basculador de ilusiones trasnochadas, hasta ser violadas en trapiches de oro blanco, para perderse después en los confines de bagazos de aquél mundo sombrío, irregular, de una era suicidada con sus crines tiesas.
Ser feliz serenaba mi objetivo, ser feliz era el mito de amoldarme a los daños heredados por costumbre, entonces el milagro rompió el cerco donde pacía mi tornado. Pero el acechante individuo arrancaba los anticipos bálsamos convocados por el sueño. Un día no hubo nadie a mi vera y me desnudé a silbar dentro de un estanque de vacío negro, me sentía extraño, soñaba con más fuerza en la brisa aquí en mis nubes y subí los tonos excitado como un búho; estuve a punto de componer algo, no sé bien qué cosa, porque sólo tenía una pluma robada a uno de aquellos personajes, y dos libros disidentes de la mejor cosecha literaria. Ya no era militar y no mataba los roces finos de mi edad en espíritus rondantes, ni siquiera trabajaba en algo digno, y las palabras subliminales brotaron de mi soledad hallando mi tristeza. La noche fue una escalera olvidada, donde los poemas encendieron candiles que flotaban como astros y se juntaban frente a la mismísima muerte. Comprendí el transcurso en vano de mi sangre, pero después, mis memorias intactas ocuparon todo el espacio guarnecido y recordé a los flowers children, escribiendo bajo el agua pensativa, pintando la inhalación viva del paisaje, escuchando música como a dioses sobre avisos; entonces mi verdad me acompañó sigilosa y más contemplativa, abandonando a mis otros personajes con el zumo de la pólvora suspirando en la nariz.
Aquellos locos me leyeron como premio, pero nunca pude seguir sus dulces viajes a ninguna parte. Me hice un camino extraño en este mundo, enseñé a mis huesos disparados hacia el otro acontecer. Todavía recuerdo al enorme y viejo Peteko, joven aún para lágrimas con músculos en la despedida: ¡Rata, nunca te pierdas; de los nuestros quedan muy pocos ya…! Entonces me abrazó un exilio con voz de porcelana!.
Pero los “hombres politizados” continuaron metiendo su lengüeta pérfida, en los arreboles limpios de mi alma en flor bien desterrada.
*Vedado: El barrio más emblemático de La Habana, que en los 80 ostentaba numerosos clubes nocturnos extraordinarios, de antes del 59, donde refugiábamos todas nuestras ansias juveniles.