jueves, 27 de septiembre de 2012

Quince tareas de un día cualquiera




                                                         Picasso



                                
1-Rescatarte, voz de muselina.
2-Reforzar huesos y músculos donde zurcir mis palabras.
3-Transmitir el instante de esta copa Courvoisier.
4-No hacer caso hoy del mundo despiadado de esos transeúntes.
5-Beber palabras de seda.
6-Recordarme como defecan sobre sus compañeros los mismos transeúntes.
7-Borrar correos enrulados por fibras infectas.
8-Obedecer a mis óseas señales, del tiempo sin brillo.
9-Amordazar al timbre ebrio y persistente.
10-Cagarme en la cultura remendada que piensa en heces bien clasificadas.
11-Dividir en cuatro mi manzana madura.
12-Disfrutar sin aspavientos los goles de mi equipo.
13-Tatuarme el sobrio silencio de esta canción necesaria.
14-Repasar los mismos folios de juglares concordes.
15-Seguir dando las crecidas puntadas para el gran viaje.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Turbación




                                  Edward Hopper


Salta nuestro balcón
el rocío neutro.
Le he visto un guiño de lluvia
y la sonrisa fresca
en el aire que no recuerda
sus modales de septiembre.
Enloquece silbando
envejecido e inmóvil
ya en la tarde de ropaje oscuro.
Y la puerta melancólica de alusión
se deja cruzar el pelo rubio,
que el alba imitaba con su aliento.
Hoy no estuvo lejos el hastío
orobanche tenaz, que no huye
del sonrosado insomnio
dando vueltas desvaídas
en el cuello de las horas.
Y no medraron mis ojos
cercados como una libélula
que no ha cazado al resplandor.



Botija de canción




 
                                    Felix Murillo
Murmuran sus estrofas
desnudas y tersas
ungidas de asombro en mi botija.
Seducen los compases
al tierno, al abúlico y a más criaturas
adscritas a sus glosas,
aflorando coros, risas y metrallas.
Por mi pecho acaba
y arde de esconderse, vuela,
se incluye en noche íntima
por carnosos revuelos que relumbran.

El doble


                                                       Magritte


...hay libros que describen todo esto y no sirven.
Adrienne Rich, "Arden papeles en vez de niños"
     

Dicen que todos tienen un doble. Yo nunca lo había experimentado hasta el otro día. Un paseo por la ciudad me lo reveló en un instante, cuando lo vi pasar junto a mí sin que me saludara. Al principio pensé que se trataba de una broma, pero me sentí avergonzado y dolido al ver cómo yo mismo medraba de largo sin notarme siquiera. Sostuve la idea de que estaba soñando, que había un sueño dispuesto a darme una sorpresa, pero los segundos pasaron y se perdió su presencia, con la misma velocidad en que los trenes pasaban por mi lado.
Antes de eso la otra parte me había mirado sonriente y hasta el último instante creí que no era yo, porque aquella aparición tenía el abdomén un poco más deforme y en su idéntica cabeza ya se veían claros como un bosque. En ese momento aparecieron muchas comparaciones y removí recuerdos de nuestras cercanas diferencias, que ahora estaba dispuesto a ignorar, porque no hallaba respuestas para aquél acto imperdonable, que portaba mi voz indiscutible y usaba a su antojo la cautela de mi fogosidad.
Lo seguí con la vista sin notar que lo hacía con el cuerpo, y subió a uno de los metros que viajan de prisa por las arterias mismas en tonos subterráneos. Continuaba pareciéndome  en todo. Sus gestos rememoraban los momentos lejanos de juvenil intrepidez y sentí ganas de abrazarle, pero hubo algo que me desconcertó: En las fracciones de segundos que un tren arriba y se escabulle por el córvido túnel, en ese espacio brevísimo de tiempo había ocurrido la visión, y se alejaba con el mismo alivio de saber que no era mi exacto espejo. Había una muchacha hermosísima y joven. Sus caderas transformaban el espacio natural de dos personas de pie, lo convertían en un lugar especial para ser admirado toda la vida; sin embargo, andén, trenes, velocidad, son contrarias a la calma contemplación y él se sumó a ese espacio, se pegó a ella de tal forma que casi le hacía daño. El vagón repleto le servía de camuflaje, pero yo estaba allí; al parecer, el único dispuesto a atinar con la imagen que se me iba esfumando dentro del murmullo soterrado de los pasadizos arrolladores. Y antes de que el tren lanzara su último suspiro para emprender viaje, los pude ver acoplados, mientras los inocentes ojos de la chica brillaban de placer y remplazaban aquel lógico estado de mi confusión, que ahora acusaba tópicos, liberando una plena excitación que nos contenía a ambos.
Al final, el reflejo no acabó siendo una imagen que trasciende. Se esparció a la misma prontitud que se viven los pasos en esas catacumbas. Entonces, pude seguir pensando en las incidencias, en nuestras reglas de serenidad y desconcierto, en nuestras llamadas reforzadas por ímprobas leyes misteriosas. Pero mucho más, en el complejo antagonismo que reconoce las pasiones inmediatas. Aprendí que aunque todos tengamos un doble, los actos mismos nos dejan al desnudo; y así los gestos, el rostro, la forma de caminar, el pelo, nunca apoyan al carácter que cuenta con un bastimento superior.
 Aquél reflejo ilustrativo activó un metabolismo insondable que se desvaneció, ante la conquista prosperando con fuerza dentro de la alarma: tren, andén, recónditas conjeturas, y el fantasma lúcido que a veces malversa mi mejor presente.



Venganza


                                                             Egon Schiele


"...el único modo de huir del abismo es mirarlo y medirlo
                 y sondearlo y bajar a él"
                    Cesare Pavese, "El oficio de vivir"

Las pruebas incompletas de su amor me hizo mil detalles. Respiré dioses yorubas podando escaramujos ateridos en mi paso. Dí fe de lo que traía de lejos y taciturno me volví en su acomodo, sin raptar el fasto trecho que se dedicó a acentuar sólo su cuerpo. La aprendí en el transcurso, le doblé sus componendas mientras la supe generosa y bien iluminada, me enamoré de su carne hialina y lo hice en sus rieras matutinas recostado ante su lava de sueño; teoricé la cáliz belleza florecida que abandonó por seis días en un frío ártico Caribe. Solamente me dejó la osamenta de un paisaje embarullando mi agonía.
Por orden explícita del alma deambulé con un fuego imprevisible y terminé  extinto en una culpa, como fonda apuntalada de misterio a la par del deterioro. No acerté interrogantes. Ni asumí el jarro frío de mirarla atardecer con velos escardados. Recorrí puntualmente sus lugares dilatados y la suavidad del relente redundaba la antítesis lisura de mi sangre. Nunca creyó que predijera  la combustión de nuestras sombras, cuando dudé con riesgo de la prometida ancianidad, en un traslúcido banquito con palomas y mierdas de perros engalanando el final. Me llegué a mirar las canas, con su radiante estampa  superpuesta y colgada del grosor dominado por los años. Lo cierto fue que el sol cumplió su venganza por aquella maldita obsesión de irradiar más que él, en la fisura de mis párpados.




La musa y el pintor


                                    Picasso


...el fulgor, en el que los desunidos entran con sus
                                                    bocas cegadas...



Ella: Sola y nublada; imagen derivada sobre la vitrina polvorienta.
Una curva lúbrica baja por la espalda y se detiene en la redondez, sosteniendo dulcemente su perfil en la extrema silueta generosa, que arrancaría el halo creador a un pintor envanecido por el pulso de la realidad. Pero no alcanza a la tierna rozadura angelical, capaz de entrelazar el contorno perceptible rendido en amargura. Luego...camino y voluntad, y divisa de agasajo sucediendo a las tiras de vivir.
El pintor: Mudo dialogante, con verriondo pincel rubricando la topografía sublime del desnudo.
Lienzo alucinado hace un muro más allá, aleteo desplumado por una actitud que desciende en hermético secreto. La estructura despierta los únicos reflejos de la lúgubre morada. Formas esmaltadas ceñidas a sus sienes cobran vida en los tormentos:- ¡Busco esta belleza!- murmura el silencio con su voz difuminada delirante, añadiendo pinceladas que agrandan el físico inapelable conjurando su turgencia.
Pero hay lagunas en la historia esbozada a tropelaje. Endurecidas mejillas y labios encogidos escurriéndose garganta abajo, con vísceras ojerosas y memorias roídas conservando epígrafes. Un futuro clima en risueño bosque encuentro y galería colecta de expresiones. Existe un cautivo final de pretérito maltrato, frente al lujo de un abrazo infinito detrás de las persianas. Y la espigada, paciente, lozana joven asustada ahora dicta efigie en el crecido sueño más real:
-Buenas noches- le susurra muy formal a la vera altura del fehaciente ojo de una lámpara, y cierra los párpados sombreados por genes arábigos, para cosechar el presente a través del beso óleo más callado: - ¡Cuánta alegría...de la tristeza que heredamos!



Flowers Childrens


 Al negro Peteko; uno de aquellos descontentos. Noble, entrañable amigo, buen vecino, mediador, festivo y padre del amor que me ha seguido durante 20 años...
Conocí a los flowers children del Vedado*, me crucé en su nimbo como albores, como apremio de risas, como pétalos caídos. Muy joven era para afiliarme a su rango depravado y jubiloso, pero el Holokú y el Cheresada iluminaron mi injerencia; y el Turf de calzada o el Maxim de cierta Habana tendenciosa, en sus rezagos de clubes por barrios eminentes, amansaron mi bravura indócil. Todos por igual en los 80 a desaguar me obligaban incontables asperezas. Pero encontraba siempre un hp duplicando sin parar las consignas, que el destino endilgaba en duras marchas, desplegando resistencia con la voz de mis zapatos. Había terminado en el sitio equivocado aunque nunca se notaba el ala ancha en mi puño listo y anhelante.
El negro Peteko se codeaba en la Rampa con la crema disidencia musical; volaban heridos y orlaban las prendas del dolor. Contó las hazañas de escuchar lo prohibido brillando en la bruma proscrita y me fogueé con rock de rapada cabellera. Erigimos una moda de botas rusas y camuflado wrangler moscovita; y expugnamos aquellos costeros círculos sociales mutilados para el pueblo, donde los rayos caudalosos descendían como piedras. Fue una época de aversión, y el canto de semilla temía crecer con ciertos daños en sus tallos carillones. Por eso los embarazos nunca treparon el árbol que sonaba a medias; a medida que mi vida se militarizaba sufragando un sonido vulgar, desprendido ante la maroma compañera.
Así vinieron los 90 con mi decepción de segunda en horas de primera; y un hp encarnado en mi mente poliedra como una grosera campana sin cesar, sin pensar las consecuencias del desgaste. Los amigos rojos se acercaron, los de verde se cansaron, los del turquesa naufragaron predicando el blanco limpio del azul y no me amilanaba, aunque mi uniforme me apretara la conciencia con vísceras de la naturaleza. Hasta que lo perdí, perdí esa carrera, perdí la edad del aire y los recursos incontables de las armas, pero unos protervos mandamás me lo recordaron siempre desde el infundio de sus globos, desde las voces con álabes horarios.
Hubo amores, eso sí…reales amores con ventanas, amores posesos, amores ventrílocuos, amores agónicos de costumbre y no me detuve por mi amor sangrado. Al parecer, había cada vez un hp nuevo de paisano a la hora exacta de mi amor costumbre…¡Cuánta tristeza enarbolada, cuántos recursos ensillados para el mal…!. De modo que llegué a donde la sumatoria de mi amor era anacrónica: locomotoras canadienses tirando millones de arrobas de argucia socialista. El cañaveral de mis púberes entrañas se convirtió en una mierda verde y viva, que terminaba blanqueada por un ingenio, tumbadas en un basculador de ilusiones trasnochadas, hasta ser violadas en trapiches de oro blanco, para perderse después en los confines de bagazos de aquél mundo sombrío, irregular, de una era suicidada con sus crines tiesas.
Ser feliz serenaba mi objetivo, ser feliz era el mito de amoldarme a los daños heredados por costumbre, entonces el milagro rompió el cerco donde pacía mi tornado. Pero el acechante individuo arrancaba los anticipos bálsamos convocados por el sueño. Un día no hubo nadie a mi vera y me desnudé a silbar dentro de un estanque de vacío negro, me sentía extraño, soñaba con más fuerza en la brisa aquí en mis nubes y subí los tonos excitado como un búho; estuve a punto de componer algo, no sé bien qué cosa, porque sólo tenía una pluma robada a uno de aquellos personajes, y dos libros disidentes de la mejor cosecha literaria. Ya no era militar y no mataba los roces finos de mi edad en espíritus rondantes, ni siquiera trabajaba en algo digno, y las palabras subliminales brotaron de mi soledad hallando mi tristeza. La noche fue una escalera olvidada, donde los poemas encendieron candiles que flotaban como astros y se juntaban frente a la mismísima muerte. Comprendí el transcurso en vano de mi sangre, pero después, mis memorias intactas ocuparon todo el espacio guarnecido y recordé a los flowers children, escribiendo bajo el agua pensativa, pintando la inhalación viva del paisaje, escuchando música como a dioses sobre avisos; entonces mi verdad me acompañó sigilosa y más contemplativa, abandonando a mis otros personajes con el zumo de la pólvora suspirando en la nariz.
Aquellos locos me leyeron como premio, pero nunca pude seguir sus dulces viajes a ninguna parte. Me hice un camino extraño en este mundo, enseñé a mis huesos disparados hacia el otro acontecer. Todavía recuerdo al enorme y viejo Peteko, joven aún para lágrimas con músculos en la despedida: ¡Rata, nunca te pierdas; de los nuestros quedan muy pocos ya…! Entonces me abrazó un exilio con voz de porcelana!.
Pero los “hombres politizados” continuaron metiendo su lengüeta pérfida, en los arreboles limpios de mi alma en flor bien desterrada.




*Vedado: El barrio más emblemático de La Habana, que en los 80 ostentaba numerosos clubes nocturnos extraordinarios, de antes del 59, donde refugiábamos todas nuestras ansias juveniles.



Del sueño, al espejo, a la realidad


                                                                            Courbet


"He roto la nuca a mi caballo negro en el bosque nocturno,
porque de sus purpúreos ojos brotaba la demencia..."
                                                   Georg Trakl, Revelación y caída

La imagen del agitado cuerpo se movió enardecida, con estómago ingobernable y sed conquistadora de afanes. Vio su cara creyendo despertar y asomó al rostro con dudas de ingenuidad sumergida en un pasado rehén. Por la cabeza un mimbreral bajaba desordenado, rozando la frontal de tres dedos jóvenes alentando sus párpados de alcanfor. A partir de un salto empinó aquellos bríos fisiológicos, con manos cundiendo el deseo de un desnudo engranaje sin misericordia.
En el zinc daba golpes el agua como címbalos del cielo, haciendo notoria la realidad trepada en lo alto del tejado, cerrando la idea de estancia figurada. Abrió sus ojos en la evidencia del parecido espejo y miró los trazos que sobraban del que estaba enfrente, contemplándolo con curiosa proyección de presente probándose en la vuelta. Suspiró reservas y una palmada suave se paseó en los claros voluptuosos. Su mirada estrenaba el paso de los años y las ideas se atisbaban en el mismo lugar de tal revelación, sin embargo, un nuevo roce de manos se hacía notar redondeando la cresta de erguida arteria, metáfora crecida que barruntaba e hincaba la feliz entrada, en la mañana sintonizando un día cualquiera.


El eterno tesoro tarareante



                                   Camagüey


En el portal y el patio de aquella casa de Previsora, solía reunirse la abultada familia. El barrio era un hervidero y los rostros familiares entraban y salían a la vez, como si se tratara de la última fiesta.  Cada año por esa misma fecha, decidían matar el lechón allí mismo, en el patio de los juegos y los tendederos, debajo de las sombras tibias y oleosas de aquellos árboles, que escucharon tantas animadas vocecillas corretear con gusto por los dos costados, y sin esperar la lógica gravedad de sus regalos maduros. En las aceras laterales solían juguetear los niños traspasando los copiosos y lascivos crotos del color de las cervezas, pegados a las tapias divisorias, por donde se perdían con placer las lenguas enredadas e inservibles en todos los mayores.
Un tío matarife sacrificaba al animal a eso de las seis. Los chillidos se oían repetidamente, como si el eco no dejara de existir nunca, como si el último grito acrecentara el rojo amanecer, resistiéndose a perderse en aquellas manzanas simétricas de casas y hogares similares, de familias similares que esperaban este día como un acontecimiento trascendental, único, aunque el rito se hiciera a propósito de idéntica forma al llegar el fin de año.
Los chamas nos subíamos a los techos. La cercanía de los tejados permitía a algunos más locos saltar de casa en casa, como si se tratara de un juego más, como si el aire de esos días protegiera nuestros saltos intrépidos, haciéndonos flotar como ángeles del humo sistemático, que emanaba beodo y al unísono, para subir disuelto en invisibles y tangibles globos encima de cada patio, dándole un bello contraste al cielo tan monótono de avanzada mañana. La música alborotaba aún mas el ajetreo continuo, hacía que las violentas carcajadas se transformaran en baile y viceversa. Todos a la vez exponían sus chistes nuevos, casi siempre los cuentos de Pepito acaparaban la atención máxima; un jovial corro de facundia formado alrededor de la candela hasta la madrugada. Dos estacas se clavaban a ambos lados del agujero que contenía la leña ardiente, y encima descansaba la púa que atravesaba al puerco, el cual se iría asando muy lentamente hasta alcanzar la categoría suprema en el recuerdo. Los muchachos nos turnábamos dando vueltas a una especie de timón improvisado, para que el pellejo se dorara homogéneamente, y los mayores bebían ron Puerto Príncipe, endémico de la ciudad legendaria y tradicional de Camagüey.
El tocadiscos se atrevía con todo tipo de música cubana y las familias destilaban alegría en adentradas conversaciones. Los Van Van se podían oír hasta en el pesado sueño de sus muertos. En cada cuadra se sentían los cristales de las persianas vibrar del tumba'o inconfundible. Resultaba increíble que una aguja tan fina, recorriera con tanta suavidad los círculos dispares del vinilo, provocando tanto alboroto y emoción: ¡¡ Bacala'o con pan...!!- y todos coreaban sin dejarse una nota, ¡¡Bacala'o con pan...!! y el baile de casino embellecía el recuerdo con la súbita coreografía que contagiaba hasta a los perros, a los pájaros de índole animal, a las sillas maniatadas por el hierro, a los más patones que empezaban a moverse poseídos por una indescifrable impronta de atávicos envites esotéricos. Dos chiquillos discutían casi siempre: ¡el rabito es mío!, y las madres intervenían enseguida con un cuchillo, dispuestas a cortar de un solo tajo aquella discusión, o sea, el rabo tostado, para compartirlo por igual entre rivales.
Así era entonces, pero la literatura o el cine no son capaces de reproducirlo. Aquellos amaneceres emocionales y complejos del barullo, nunca logrará pintarlo la dotada magia de un pincel o el exilio que sólo suele caricaturizarlo. Pero lo peor es que no estarán siempre en la mente. La memoria encontrará una fisura en donde empezará a desacertar y este párrafo mismo sería una memoria expósita, que deambulará en un imaginario oftálmico casi sin creer en lo real de aquella maravilla que excluía a la miseria compañera.
Hoy soñamos aventuras del pasado, la vida nos devuelve a un viaje insatisfactorio e interminable hacia las raíces, soñamos premios, casas, autos, países soñamos, pero entre tanto sueño y tanta memoria permanece el olor de aquellos tiempos, el aroma indescriptible del café absorto de la abuela que hoy penetraría más molido en nuestras sombras, obsequiándonos sus manchas de un cariño vehemente; o del puerco asado como una efigie ahumada en la conciencia, como un capricho que dimana por suerte en la mente salvadora con sus extrañas cavidades, en donde los niños que fuimos seguimos tramando gajos de guayaba, para que dejen su jugo vaporoso debajo de nosotros, en las brasas encendidas de una misma tierra, donde escondimos el eterno tesoro tarareante, con esos matices fascinantes de inventario familiar.




martes, 25 de septiembre de 2012

Yo sé cómo mirar



 
                                     Puigmartí


A rendirse comienzan
cualquiera de los vecinos ojos.
Hay unos que aparentan diez años
saciados soterradamente
No los quiero yo con tal miseria,
les faltaría palpar el tedio hondo 
y una grumete lasitud detrás del habla.
Ya estuve ahí tocando el ahogo de los cuchicheos,
y salí acumulando insignificancias.
Por eso, sólo veo a los que amo
y ciego moriría, en su felicidad
unos cuantos metros por arriba.



Botija de canción



 
                                    Felix Murillo


Murmuran sus estrofas
desnudas y tersas
ungidas de asombro en mi botija.
Seducen los compases
al tierno, al abúlico y a más criaturas
adscritas a sus glosas,
aflorando coros, risas y metrallas.
Por mi pecho acaba
y arde de esconderse, vuela,
se incluye en noche íntima
por carnosos revuelos que relumbran.


domingo, 23 de septiembre de 2012

Fumador de ababoles



 
¿Quién eres realmente?
-pregunté al moho exacerbado-
Y siguió con labios verdes y hambrientos
de zamparse toda el agua
¿hierba o restos de humedad?
Soy un resultado-pareció decir- que sólo importa
al concebido color de una fachada.
Pero, ¿Quién, qué, cómo es ese otro, eso?
¿Un rastrojo en la maleza, un tubérculo
arrancado por la zanja enjaezada?
¿Será un eco de bótox menstruado?
Transcribe un zurullo su desafinado anuncio
y la molicie de premios, que en lodo estéril
reestrenan  juntos el apremio de las ranas.
¡Ay!, amigos del silencio,
si me dan la palabra, plantaría mi andamio
de arriar rótulos mareantes.
Tengo llagas que ilustran mi contienda
y ya he oído al verso deformado
picoteando en su cartel:
“Aquí está todo mi esplendor”
-Y se piensa un rato en el lado izquierdo,
mostrando además la luminaria:
“Son tantos mis premios que a papel y tinta huele mi salón”
Las ranas aplauden y sus esputos gruesos
imploran lluvias, que humillen ese peso en fango.
Las arañas se entretienen sin atajos
y nadie avanza al hueco de mirar
un pomposo palacio que fracasa con la luz.
El herniado de boñigas, taciturno y acérrimo
que da hurras al étnico veneno
mientras, pobre y disipado, fuma ababoles,
embiste como es la tradición
al plantel de cenicientos. 


sábado, 22 de septiembre de 2012

Océano a flor


                                  Picasso

Ya están los dos balandros
que no sufren de chocar sus sextantes
y quillas en ponientes del alcohol.
Nunca en barrunto se quejan 
siempre mansos, aguardando el beso estrella,
que elude sufrir estos bandazos
del tiempo en doble bruma.
¿Dónde puedo posar este giro que no duerme?
¿Qué hacer con el pájaro que ladra?
El viento yerra otra vez hacia otra parte
y mi conquista es un lenitivo mar
que, sin embargo, no se a movido
en mi atuendo de tormenta.