domingo, 8 de julio de 2012

Sin estropicio bajo sedas prohibidas


                                           Amanecer. Max Pechstein

 
Adorna su mirada
el refinamiento de todo el interior.
Nunca me prometió la sangre
y se me dio en todas sus ganas
y ahora amaga y me alcanzan sus pruebas;
me confirma la vida diluida
en sedas imponentes
y mi pecho consume la memoria
que le exalta y en breve estira,
entre mareas comprensibles de la sábana.
Una huella ha trazado la música
por donde seguimos incapaces…
marionetas del ritmo
y contoneos avenidos al tañido
de un beso antiguo renovado,
que de ahí no alcanza el reto.
Conozco la indeleble canción 
donde no brilla ni una sílaba,
ni siquiera una brizna
en el muslo nocturno de su nave yerta.
Y hoy era exacta ella, antes de acogerme
a su colina entreabierta y blanco nácar…
y la melodía no me alcanzaba;
pues tendrían que romperse
las ilesas cuerdas asustadas
y llenarse los rincones indefensos…
y es eso lo idealizado, el sueño a coro
en la dicha demorada,
hasta de rodillas la noche juguete
donde poner en la anhelada rosa
los ribetes solventados.
El destino arriba a contra luz
infringe con dedos, como labios en mis bordes
bebiendo su color índice, táctil...
pensamiento, nada alrededor;
simples muros ahogados en susurros
y ese reloj de los crujidos
sin conceder espacio ni palabras
a la coraza blanda,
regalando la crencha y cielo al hombre
que le ciñe el placer,
la fracción de segundo
de lluvia delicada
en sus venas todas
y su oleada hacia mi punta
con sordina anónima.



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