domingo, 8 de julio de 2012

Cálido horizonte



                                                              Paisaje cubano. Carlos Enríquez

                                                                               
Miro al otro lado 
y absorben mi dureza las colinas;
soy un antepasado de mí
con mi sangre de luz
y el sudor tenue de ola azul.
Respiro con fecundidad
pero del campo no cesa el tesoro
de luchar, por ejemplo…
con el rumor del Bulgari
sin traspasar las notas del ayer propalado
y miro a la otra parte
donde luchan sin fragancia las orquídeas
y siento la soberbia de un sueño
que se duerme interrumpido;
me aparto lentamente...
las estefanotas, a nuestros gajos
se adaptan embriagadas
y nos sonreímos como espigas silenciosas,
ondulantes solitarias
en el mismo espacio circulante.
Pero, frente a los leones guardianes
echados en la prueba,
duerme el cálido horizonte
con sus cuchillos acostados
y los peces pasan y se hieren
tal cual en su memoria breve,
a pesar de su armadura diáfana
que no le oculta el orgullo inmemorial.
Un búho renuncia al vuelo extraviado
sin cerrar los ojos de escamas poderosas
que conocen escenarios...
y mis sucesos brillan dentro de sus pupilas,
invadidos por un humo insulso
que nada fuera del contexto...
y siempre abierta su mirada se columpia,
bajo los radiantes rayos de la luna
y muestra el mismo rostro que el gris 
dejó de proyectar, como estaciones ricas
de alguna constelación sin huesos.
Y soy ahora y no soy, aquella espuma
y las pompas de otros tiempos
que las hélices barruntan,
del salitre en nuestras frentes
a las memorias aplastadas.
Y más allá del alba distinguida,
el perfume y su engallado aroma
de isócrona esperanza,
planea con alas de paisaje
donde me miro inclinado y respiro hondo
sobre la evasiva ceniza
que me acerca el agua clara del proscenio.
Todo es sonrisa silenciosa y paz
por encima del bramido ensordecedor
delante del umbral donde bailan telarañas
y envejecen cancerberos.

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