jueves, 12 de julio de 2012

Con la sublime osadía de engendrar un árbol


                                                        Twombly

(A una poetisa amiga a quien nunca he visto)

Extraño es quien no te aprecie
inmerso en la paja de su ojo
y sin rutilar una leve llovizna
que se les vuelve grumo y piedra adentro.
Dañaron el álamo
y el paisaje ya no fue el mismo,
tampoco el retrato familiar
exacto de tu entorno
que se cubrió de polvo y ruedas y smoke
y te quitaban el sueño
negado a existir insatisfecho;
Mientras vivías hacia atrás
cuando el fruto aún era la tierra
y tatuaban corazones
mecidos en su amada sombra.
Era preferible entonces…
de todas formas ellos mueren-otros-
para ser libros y puertas
y este brillo que ahora perdura
aquí en mi mesa, a pesar del otoño
que también blande su hacha.
Sin embargo, ni siquiera te conozco,
nada sé del color de tus ojos
y siento que se esfuerzan a través de cualquier mancha
o entre las flores desveladas
atravesadas por termitas invisibles,
por balas y canciones
y reúnes fuerzas para entenderlo todo,
para amar el miedo y el halago o la ofensa;
así como lo que nos trae el amor
en su paisaje maltrecho, impuro de melancolía.
Nuestro universo loco e historias que me invento
y el otro fuego, hermoso como arrasador
que provoca dividir nuestra memoria
en dos ventanas desiguales
de belleza y fealdad;
dos horizontes  en la aldaba del crepúsculo:
Dicha o tormento desastroso,
pero esto sólo lo imagino…
lo que conozco es tu voz
crecida entre versos matorrales
y subida a ese sol muriente
como una sonrisa transparente de niña.
Y aunque tu nombre parezca quejumbroso,
a mí me enseña raíces de ternura
con aroma a incienso en su jardín depurado,
y el velo digno de un fresco de capilla.
De modo que…
¡arrepiéntase quien no sienta esas orquídeas en tus letras!
porque a veces el silencio grita y ofrece tanto amor
con la sublime osadía de engendrar un árbol.


 





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