miércoles, 11 de julio de 2012

Pintor callejero en Florencia




 
No sabe el bohemio
que destroza su ternura
cuando un artista es sin esperanza
y con todo su atuendo vive el talento,
donde no queda un solo espacio sin ajar y sucio
rodeando al viejo siciliano a sol limpio.
Y ahí está sin saber que el genio le atormenta
y recibe un poco de mí y no de cara a los maestros.
Él mismo, una leyenda sin su carta en los salones
ni distancia proclamada
en alturas más poéticas;
Y yo necesito hablarle
pero él se prolonga  sonriente, antes del precio
que le dé para mangiare
y humedece mis ojos por dentro,
al contemplar su muestra en gratitud descompensada
y no puedo reírme ante el aire de su puerta
y mirar la sonrisa del conforme;
que al final no es un decir…
que vive bajo un puente.
Es tarde y he visto demasiado arte
cierro los ojos y el paisaje ya no me parece el mismo,
he mirado tantas formas con agua y cielo
como para ahora saber pintar también
con las palabras.
Ahora me sonríe y se me parece…
se pasa la mano por la frente
con estos mismos gestos
sobre la barba y  bigotes descuidados
y por el rostro parecido
lleva estos mismos ojos,
que sus pinceles endurecidos
llenan de recuerdos y devociones;
y los extraños le roban por diez euros
una obra maestra que jamás se ha hecho mejor.
Y se marchan con las joyas en la mano
cuando el robo ha sido un pestañear desafiante
significando una cerveza y una pizza, y él sonríe…
no han tenido que forzar  ¿su casa?
y  espantando ciertas moscas mueve su sombrero…
debería buscar un espantahombres,
pero tendría que tener otra historia allí en sus pupilas
y se queda esta vez enajenado…
de pronto misteriosa, su mirada endurece
y me observa vacío de mis manos,
impregnado del caudal, vertiendo a su lado el enigma
que retorna en cartulina
y ya sabe donde van los arcos y la luz que viene de él,
con el susurro cariñoso del río
sin saber que es mi amigo para siempre,
frente al bello Arno
que aún no sabe nada
de su vida en Firenze.





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