domingo, 24 de junio de 2012

Paradoja de un despido



Esta tarde las gaviotas se burlaban insistentes
sus picos estaban vacíos, pero se llenaban con mi asombro.
Una se acercó condescendiente y cantó un crujido hermoso
me miró despacio y se cansó de mis ojos reflejando lo mismo.
El mar a cada galope alegraba mi cautela
la ciudad calló después, no he tenido que llorar
acostada ella, invàlida, encadenada
ya se había hecho un agujero en la noche sin movimiento
en el día sin trato de cumplido.
Abrió sus brazos en valde, respiró el verde
se tiñó de azul, nutrida como un pétalo amargo
delgado que el paisaje aprende a tolerar.
Yo pensé: Existe ella, con lentitud, pero existe...
ha de ser algún extremo, pero estará ahí, alborotada
como perfume que espera ser absorbido
como un halcón que siempre bajará
huyendo de ramas inmóviles,
en las nubes rocosas.
La he tenido en mis manos...
pero no cuentan esos términos;
quizá se entone sobre la sal amotinada
en la arena tranquila,
me mire desconfiada y luego
de envolverme en su hábito,
se abriría repartiendo su primera frescura
junto a las olas concurrentes.
Hoy acepté a mirarla
en cada pájaro sembrado  en el cielo.
Había estado harto de lo visto,
ocho años de puro sacrificio
y la vi volar como un aire fuerte
perpetuo en arrebato...
Lo sabía...quiero decir que la esperaba
en su otra dimensión...el tiempo obrando hacia adelante...
entonces me buscaba...era necesario
después de respirar una muerte despaciosa
que no me tuvo y mi corazón la envuelve
mansa en su laurel; con el amor colándole el hambre
que rodea toda ausencia adentro,
fragmentada en rostro y desnudo,
en cosas por haceren ángeles dichosos
de fuegos invisibles y proyectos bajo alas de canciones:
paciente, postergada, ajustada ella,
digna, resplandeciente.
La felicidad.





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