Despedida

 "...irse es un desastre, una catástrofe íntima..."

                           Raúl Rivero

(escrito en plena despedida en septiembre del 98)

 Es el momento de apartarnos

conformes con la dicha de perderlo todo;

reunidos y felices en el rito confidente

y nadie avisa cuando poner su abrazo

apaciguando la partida.

Han traído un equipo de esos de ahora

donde el disco de una sola cara no se cambia,

y extraño en mis manos, futurista en mis dedos

como cascos, provocan la risa más disparatada.

Como si fuera habitual en cada casa,

pero los cubanos son así, todo lo saben

y lo que no, se lo inventan para imaginarlo.

Y ya son expertos en cada novedad;

no es su culpa, aunque me doy cuenta lo tanto

que aprender mucho más allá

de estas nimiedades y suelto el disfraz

con el augurio de los mismos párpados.

Zaide cocina y regalamos la casa,

la tiramos por la ventana con placer,

con las armas ebrias de reír

y tampoco mañana será nuestra,

ni la miseria que se reparte igual por esta tierra.

Hoy toca apagón y las estrellas serán

nuestros candiles después en la ciega ventana;

donde sin duda patentaremos el instante primero

de este sol de septiembre.

Termino por cerrar la maleta y guardo

el eco rotundo de un libro que ha querido otro lugar.

Tiene el arco sublime de un fresno

labrado para el reino de este mundo.

No importa cómo los dictadores construyen

los martirios y requisan nuestra vida,

en tósigo rociado de inspecciones.

Más allá del ojo avizor y las limitaciones

somos libres del vacío y la pobreza,

y ganamos siempre, ganamos estos minutos

susurrados por un viento bautismal

en cada abismo de nuestras almas sinceras.

Lo único importante es largarse de una vez

y no es que el modo valga mucho.

Ya no me quedan enseres que legar

y cualquier basura es aceptable.

Lo más triste es que yo soy consciente

de estas memorias, y mis ojos prevalecen,

se vuelven carretones cargados de caña,

de frutas, de libros, de árboles y sombras,

de miradas que iré perdiendo con la frialdad

del miedo, que no tañerá en el roquedal.

He regalado las sillas y butacas

y hasta mi tortuga, que se esconde

en la oquedad de esta incipiente atmósfera arrebolada.

Todos están presentes en el leve borde

de la palpitación, y los muertos suenan

los cubiertos decomisados de la última cena,

sin pan ni manteles que encajen

para decir unas palabras.

Los aquí presentes odian los discursos

y ni Da Vinci hubiera podido reflejar esta locura.

De manera que donde todos ríen

y se alegran en lugar de lamentarse,

también respiro algo que decir;

pero siempre es al unísono, como un grito seco

en pleno campanario activo.

No se atreven nunca a comenzar la escena,

entonces,  nadie llora nuestra perdida

y yo me encierro a soltar lágrimas bajo la ducha.

No soporto que me vean escribiendo

una tristeza que se alegra, pero escribir

y llorar es ahora lo mismo, aunque nadie sepa

que me ha visitado muchas veces la poesía.

Me ha comportado otra manera

y no es el momento hoy tampoco,

ya que ahora se combina esta abundancia

y ellos asumen testamentos, quedando en mi retina

las cosas que le entrego a cada uno.

Escribo sobre una puerta que arranqué y sonríen

o sobre un cuadro al que le cambiamos la costumbre...

¡Qué triste serán estas palabras cuando no esté tan débil...!

pues lloro en la trastienda un estanque de mi ron

y el cerebro no me tiembla acompasado.

El futuro guardará estas memorias y mientras,

recurro a changó con mi niño pequeño entre brazos,

más cien dólares en el bolsillo, para la vida

que me espera al otro lado de la frente suspirante.

Sus ojillos no poseen anécdotas pero sienten

esta fecha, y le ahorcan refugiado estos versos.

Ahora me borra tiernamente cada lágrima

con manitas que un día serán remos en un mar,

formando un simple adiós cuando

también parta hacia su vida.

(perteneciente a memorias para ser leídas en el futuro)