sábado, 23 de junio de 2012

El amor que nace por su voz



Media noche. Despierto,
visita inesperada;
con atuendos lejanos le reconocí.
No influyó su barba bíblica
tampoco la otra época de ojos mustios
acotados en extremo.
Y pensé me hablaría del futuro
o simplemente, que traería una oración
en lenguaje de cuna y arregosto.
No tuve tiempo para agradecimientos.
Cuando le hinqué mi asedio en sombra,
cruzó una sonrisa e iluminó el negro tibio
en el espacio palpando al recién llegado.
Un azul celestial invadió la estática postura
y los retratos más antiguos que nos defendían,
uno a uno poseían estampas del pasado,
mientras el llanto ingenuo tomaba el control de las horas.
Pero él estaba ahí y sonreía.
La túnica intentaba describir la dirección del viento,
aunque en un pestañeo era como un cisne cursi
flameando en la inmensidad insondable.
Nosotros nos repetíamos a solas, abrazados,
ungidos por aquella luz tenaz, confidente
y al alcance de un latido prorrogando euforia.
Eso fue hace mucho, antes que esta ilusión
se llenara de aves melodiosas
o que en este mismo abrazo terciara
el más puro sentimiento de cuerpo y alma,
(nunca mejor dicha).
Pero quizá su aparición significara algo, no sé…
Tal vez recuperar las ánimas vigentes
y puede que aún no tenga cobertura en el exilio,
que su inaudita presencia sea un apunte sobrio
en mi memoria activa.
Sin embargo, al poco de aquello
nuestro premio recitaba sin voz,
entonando un canto mágico de frutilla dulce
y sin apenas traducción legible cobrábamos fortuna.
La gratitud, el beneficio, la plácida agonía
de presenciar la alegría impronunciada,
poco a poco manaba del cristal del sueño
aproximándome a la realidad que yerra siempre
al fondo, y me tendió su mano enredadera
de colores propios dos pasos hacia atrás
donde crecía por segundos el llanto vital
como una flor musical en los poros del amanecer.
Solté las ramas del más verde,
la podía escuchar vibrando en las cortinas,
emboscando al silencio de úlceras celestes,
derrames de partidas, e infartos de opinión.
Me miró con hambre, con frío, y se agarró
tiernamente al caldo sagrado del planeta,
musitó un panal devoto y mientras se asomaba al mundo
parecía ver algo más que nosotros,
pues quedaba sonriente, sin dondes, sólo esa mirada
que corre por mi sangre como un templo idílico.
El amor nos miraba más adentro aún,
y fue cuando dimos el sentido exacto a toda la esperanza.


No hay comentarios:

Publicar un comentario