Jordi Alemany Sabater
(Un restaurante en el pueblo de Calellas y Viento Sur, el vino que encendió aún más la celebración)
Fue
un misterio como llegó a mí. He creído en ellas, se me han aparecido en papeles
en blanco, en rostros llovidos detrás de un delicado traspié, pero nunca me han
inundado de placer cubriendo el apetito de asomada celebración.
Rebanábamos
con gusto Calellas, cubríamos sus calles con un amor de cuatro sombras y a lo
lejos sobre el paso, dos. Descubríamos un viento marítimo cómplice de labios y
a la pareja que se tranquilizaba en la retina amorosa de un paseo nuevo,
espacios hablados con el calor concluyendo los abrazos de palmerales. Hablábamos
de la abuela, la madre de todos los nombres más cercanos, no soportamos aún la
idea de no verla descender, hundida en la oscuridad donde la dejaron los
nuestros y suya la triste herida de la tierra, de aquel Diciembre distraído y
desolado. Flotábamos en lo desconocido, balandra de ilusión y lejanía de un
salpicar lapislázuli, que se interponía destilando fantasías de otro mar
distante, comentando hambre de ciclón, rugido de verano eterno y allí apareció
esta señal, soplo divino a favor de la navegación...decía que nunca había sido
tan ágil ante mí, sin embargo, esta accedía a nuestra mirada acompañada de
estridores de la tarde y aquel ambiguo destello de morada nos asentó dejando
sus olores de vigor, que hicieron germinar la curiosidad de estómagos
aburridos. Los platos envolventes salvaron la austera saciedad de una tarde,
agenciando la señal de étnico sabor donde nos dejamos caer convencidos de esta
ofrenda, lujo de diversos paladares como vinosos mensajes, en botellas que
divagan por el viento sur de tanta historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario