Playa Santa Lucía, Camagüey
Dos
medias mitades
y el
amor prevaleciendo
asustado
de las cuestas o km
conquistando
nervios de pobreza
compartida
como el pan…
recuerdo
la pasión y el pulso
de hierba
que desechó la magia áurica
como por
cristales de apuntada dioptría.
Frotamos
aventuras, invocamos esa playa,
pero
la genealogía escondía
cantos de sinsontes, hasta que la melodía
fue un erizo que pinchaba sueños serenatas
cantos de sinsontes, hasta que la melodía
fue un erizo que pinchaba sueños serenatas
de
adornado alivio, plasmando auroras
de
copiosos amarillos en Santa Lucía.
Dos
extraños fuimos en el cruce
y un
mundo intermedio
nos embriaga
de alternancias,
ahora
que la vida transformada
se
adentró en el porvenir solar
sin
güijas triviales al centro,
y sí lejanas cumbres donde espigar felicidad.
Y consumido
los años, aquel cruce,
los
discursos del ser y del estar,
la
boca bienamada , momentos de esplendor,
las
noticias, buenas y malas, los secretos
filiales
y las acertadas maternidades,
sueños
sonoros...¡y cuántos desvelos!...
el
pasado y su mordida instantánea,
cavilados
cambios a otro mundo que alzó
el
favor de una vieja y mortuoria
canción
de Nino, o el amor lloviendo
en
este síndrome de Estocolmo.
Debo
decir que nunca cerré
esta
poterna en paralela marcha;
la aceptada
tristeza de dos almas
que
trepidaron extremos acordados
dentro
del santuario melancólico
en
gavillas de áridas tinajas
fraccionando
su unidad.
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