"...En
el reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es
jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad
de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas,
hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre
sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este
Mundo."
Alejo Carpentier (El reino de este mundo)
Cada
vez el mundo se me pasa sobre los crueles edificios que en la hierba crecen,
hasta corromper su huella práctica en escarpe. Ocurre de nuevo, inefables
novedades se precipitan en moráceos de rapiña e inepcia del avance, y en este
remedo mi espíritu crece manso en su floresta. El mundo pasa sin creerme intercambio
con la simple golondrina del fondo libre de mis ojos. Yo no conozco las hordas
de este avance secular del universo. Sé de partos matutinos destapando hábitos,
cubriendo las ausencias y del fuego fatuo en el lomo de un caballo, o de algún
dios aguardientoso reclamado en la nieve una sutura de aire...pero, ¿quién
soy...?
Si
cruzo un solo puerto en tus labios y veo el sentido del agua en tu mirada, que de
ciego curso me imaginan, soy entonces el verso de tu siesta...¿quién soy...?
subíndice del párrafo perdido, en cicatrices escaleras y orzas desairadas
en cemento. Hasta comprendo al animal que me apodera, polisémico y diáfano de
embiste, dibujando sus espejos, existencia abreviada de guardesa. Pero no, no,
el tiempo no me desanima, no me desancla porque sienta los senos que me aclaman
en el paraíso, árbitro placer que no se mueve y gana a la codicia. Nos situamos
y el mundo de largo vuela, nos excluye de sus ganchos, se espanta en el lapso
que se nutre una flor en el verdín pagano de mi amor pausado.
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